Ser trans cansa. Agota. Te arrastra hasta la lasitud más profunda que alguien pueda imaginar. Intentas por todos los medios pasar desapercibido, como uno más, como una más, como une más.
Y soportas las sandeces que sueltan en redes sociales energúmenos que no han estado ni por asomo dentro, ni siquiera cerca, de una situación tal. Y quizá ellos también necesiten que el Estado les proteja de alguna forma. Porque quizá sean estudiantes sin recursos, o necesiten tratamientos médicos que precisen atención médica constante y, todo eso, implica tener al Estado por encima, sin soltarnos la mano.
Pero se ríen de ti. Eligen que es mejor la opción de mofarse de una ley que protege a quienes tienen que soportar, además de la angustia de mirarse y no ver nada, de no ser capaces de reconocerse frente al espejo, a una cantidad ingente de personas que, lejos de entender su situación, se burlan de ella.
Y tú tienes que verlo. Y trágartelo. Tienes que tragarte a esos energúmenos en redes porque están “expresando su opinión”. Quizá ese es el problema. Que opinan. Y que se les tiene en cuenta. Que hablan sobre una realidad que no conocen y que obvian rutinas que ellos no sufren.
Hablen, háganlo. Pero conozcan antes. Hablemos, si es lo que quieren. Hablemos sobre lo frustrante que es no sentirte habitante de tu propio cuerpo.
Sobre compararte con casi cada persona que te cruzas del género con el que te identificas.
Sobre lo que supone saber que igual nunca puedes tener hijos con la persona a la que amas.
Sobre tener que justificar absolutamente todo lo que sientes delante de instituciones de cualquier índole.
Sobre la burocracia.
Sobre la sexualidad de las personas trans.
Hablemos sobre la valentía.
Sobre el cansancio, sobre las explicaciones.
Hablemos sobre el miedo, sobre los cambios físicos, sobre los mentales y sobre las operaciones.
Hablemos de que nosotres tampoco queremos ser trans.
Y de que esto no es un camino de rosas.
Hablemos sobre que si esta ley te molesta, a nosotros tampoco nos gusta que tenga que existir. Pero la necesitamos.
Hablemos, tras haber hablado primero de todo lo anterior.
Hablemos, si podemos, sin hacer daño a quien ya tiene doble ración de sufrimiento.
Hablemos. Pero hablemos, sólo, quienes tenemos que hablar.
Escrito por Pablo Catalicio